POR ISMAEL CALA
@CALA
Unos dos mil millones de personas vieron por televisión la histórica boda entre Harry y Meghan. En mi caso, fui testigo casual en Londres, debido a la participación en un curso sobre Programación Neurolingüística.
Esta vez, la boda real, además de espectáculo, transmitió un mensaje poderoso sobre la enésima reconversión de la corona y especialmente de la reina Isabel II.
Mi primer acercamiento a la jefa de Estado se produjo al jurarle fidelidad, como parte del proceso habitual para adquirir la ciudadanía canadiense. El procedimiento me pareció curioso, aunque no tengo nada a favor ni en contra de las monarquías. Los países democráticos que la conservan han resuelto su convivencia con un modelo bastante aceptado: “los monarcas reinan, pero no gobiernan”. Los ejecutivos electos son quienes dictan las leyes y dirigen el país.
En este punto, y a propósito de la boda, no hace falta ser monárquico, ni británico, ni conservador para evaluar positivamente el liderazgo de Isabel II. Si un buen líder es un “moldeador de consensos”, según la definición de Martin Luther King Jr., entonces estamos ante una auténtica líder.
Quienes no vivimos en Reino Unido, hemos “conocido” a Isabel II a través del cine, la literatura y la televisión. Esto no significa que las versiones sobre su vida —sea la excelente serie “The Crown” o la gran película “The Queen”—, hayan reflejado un retrato exacto. Probablemente, eso solo puedan saberlo ella y sus allegados. Pero, más allá de los matices, muchas facetas vistas constituyen hechos históricos a los que se enfrentó, con luces y sombras.
En este sentido, recuerdo la definición del filósofo Peter Drucker: “Gestión es hacer las cosas bien, liderazgo es hacer las cosas”.
Isabel II se vio obligada a reinar a los 25 años, sin experiencia en todo lo referente al mundo real, debido a la insuficiente instrucción que le proporcionaron sus padres. ¿Y qué hizo? Escuchar a los antiguos funcionarios y ministros, reconvertirse, y empezar a entender los problemas nacionales e internacionales. Tenía una auténtica sed de aprender.
Además de codearse de personas experimentadas, nunca menospreció a los rivales y adoptó grandes decisiones, pero siempre después de reflexionar concienzudamente. Al mismo tiempo, supo reaccionar con firmeza ante las urgencias. ¿Se equivocó? Sí, muchas veces, pero me quedo con su capacidad para superar las crisis.
Como monarcas absolutos de nuestras vidas, todos deberíamos encontrar inspiración para el liderazgo, incluso en personajes tan distantes de nuestras realidades y metas.