Años atrás, los leprosos eran considerados personas potencialmente peligrosas para el resto de la sociedad porque los podían contaminar. La iglesia católica por lo general tenía en la antigüedad, zonas donde las personas que tenían esta enfermedad se exiliaban, lejos de su familia y seres queridos, a pasar sus últimos años separados con todo el dolor del alma.
En Colombia, hay un lugar donde llegaban todos los leprosos, allí había un puente para entrar al pueblo donde las personas se despedían de sus seres queridos de por vida, era una especie de muerte anticipada y este lugar se bautizó como el puente de los suspiros.
Hace poco tiempo, una persona conocida por mí, una joven talentosa, que acababa de terminar la universidad en Venezuela tuvo que partir de su país como tantos otros ciudadanos que han tenido que dejar su tierra en busca de las oportunidades que en su país les niegan. No porque quieran o por lo deseen, sino porque son víctimas de la pobreza que ha traído el mal gobierno de Maduro.
Al igual que en el relato anterior, hay un puente que une a Colombia y Venezuela entre las ciudades fronterizas de San Antonio y Cúcuta, oficialmente es llamado Puente Internacional Simón Bolívar, pero se ha convertido también en el puente de los suspiros.
Los preparativos para irse de Venezuela, me recuerdan a la época de la República Federal de Alemania, donde el muro de Berlín separaba a muchos de la libertad, y estas personas arriesgaban todo por escapar de la bota militar del régimen comunista de aquel tiempo.
La odisea inicia con la búsqueda del pasaporte para salir del país, la burocracia y corrupción han hecho que conseguir cualquier documento sea una larga travesía y en ocasiones solo con grandes sumas se logran obtener, pero el dinero no alcanza.
Muchas personas salen de Venezuela sin ni siquiera tener como subsistir un día. El bolívar está tan devaluado que lo que una persona gana en un mes, no llega a ser más de 5 dólares. Así ahorraran todo un año de su trabajo, solo lograrían reunir lo necesario para subsistir un día en cualquier país de Latinoamérica.
Así que Rosa busca como poder salir de la cárcel en que se ha convertido Venezuela, de un cementerio donde la gente muere poco a poco. Alentados por los padres y familiares, los más jóvenes buscan un nuevo futuro, mientras los ancianos envejecen solos en un país que se derrumba.
Una vez que Rosa logró obtener sus documentos, salió de San Cristóbal, acompañada por sus padres quienes la llevaron hasta el puente que separa a Colombia y Venezuela. Al pasar la línea que divide ambas naciones, sus padres gritaban a la distancia: “No nos olvides, te amamos”, empezando así una aventura sin regreso.
La historia de Rosa, es la de miles de venezolanos que tienen que abandonar a sus familias para buscar un futuro incierto. Huir de Venezuela, es comparable con lo que sucede en las costas de Libia, donde las personas por desesperación hacen lo que sea, incluso arriesgar sus propias vidas para buscar un futuro mejor, o por lo menos para no morirse de hambre.