Una de las primeras enseñanzas que se le ofrece al ser humano, cualquiera sea su forma de educación, es aprender a respetar los espacios ajenos. Más allá de cualquier condición social, sin duda estamos muy de acuerdo con aquella premisa. Ahora bien, desde todo punto de vista, la primera enseñanza que se debiera ofrecer al infante es que aprenda a respetarse a sí mismo, hecho que bajo las condiciones tanto políticas como religiosas, el ser humano ha quedado en el último lugar como para poder desarrollar dicha tarea.
Conceptualmente, se antepone a todos, menos al individuo. Respeta a tu prójimo como a ti mismo, debiendo ser: aprende a respetarte tú, para luego desde ahí, aprender a respetar a los demás.
La consecuencia de todo ello, es que surge la impotencia de tener que hacer aquello que satisfaga las necesidades de terceros y por ende, nace la profunda necesidad de buscar la individualidad y de querer tener todo para sí, pues la base se encuentra en un vacío fundamental de vida, donde está todo el mundo antes que uno.
Es desde allí donde emergen los celos, la envidia, las competencias, el querer ser mejor que otros, etc. Lo que conlleva a una conducta errática, egoísta y fuera de toda lógica, ya que de una forma o de otra, intentan rescatar aquello que se les ha arrebatado como derecho propio.
Y se da claramente que, bajo este concepto, el que tiene una relación afectiva directa, de inmediato genera un sentido de posesión sobre el otro. El ejemplo vivo es cuando se habla; el lenguaje que se ocupa es bajo el concepto de MI madre, MI padre, Mi hijo, Mi mujer, Mi hombre, es como si fuera una lógica apoderarse del otro sin siquiera ser dueño de sí mismo. Por esa misma razón, es que se producen grandes dificultades en las relaciones humanas, todos temen que el o la otra los abandone por sentirse inseguros e insatisfechos, perdiendo por completo la seguridad que le otorgaría el hecho de sentirse sólidos en el respeto propio.
Cualquier tipo de relación, debería estar basada en la confianza mutua, más para ello, es absolutamente necesario tener en cuenta que aquella confianza emana de tener los limites individuales claros, a fin de poder aceptar los límites del o de los otros y saber que la reciprocidad y el sano compartir se fundamenta en la transparencia en el actuar, en la honestidad, en la serenidad de saber que si uno tiene las bases claras, jamás debería dudar y caminar tranquilo por la vida, sin tener que vigilar constantemente a nadie, pues la autoconfianza, genera sin duda, el auto respeto, el autocuidado y sobre todo, la autovaloración, que es fundamental para tener relaciones limpias y armónicas.
Acepte que puede vivir en paz y ser feliz si es capaz de respetarse a sí mismo y por ende a respetar al mundo todo.
PAOLA RIOSECO PRADO
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