El ser humano está lleno de actitudes que en toda su magnitud son aprendidas. Normalmente copian los patrones de sus padres y tienden incluso a mejorarlos. Tenemos el vivo ejemplo de aquellas personas que observan a los demás desde la cubicula propia, generando casi como norma, una crítica que según ellos es constructiva. El punto en esto es que muy pocas veces se observa la sensibilidad de quien está recibiendo dicho comentario adverso o mal dicho.
Ahora bien, ¿Por qué se produce la crítica? Precisamente porque en su formación, sus padres o quienes tengan a cargo la formación del individuo en su infancia, poseen las mismas características y normalmente cuando esto sucede, la acción desarrollada al respecto, toma aires de superioridad. Es decir, está generada desde un rango de: “yo tengo o poseo la autoridad para decirte tal o cual condición, ya que al compararme contigo, tengo una visión más amplia y/o mayor experiencia”, demostrando frente a este hecho, una falta de humildad y de amor en el contexto de aquello que se quiere mostrar, disminuyendo subrepticiamente la capacidad de quien tiene al frente.
Esto sucede en las culturas donde existen divisiones sociales muy marcadas, en cuyo contexto la educación emocional al respecto está lejos de un equilibrio, pues al fragmentarse y sustentar su existencia en un parámetro social o externo, se produce la tan mentada fragmentación humana.
Sin embargo, es muy diferente cuando se ofrece una sugerencia, pues esta se encuentra sustentada en el verdadero apoyo desde una frecuencia amorosa, sin exagerar los contenidos de lo expresado, ofreciendo un aporte real y sin la connotación destructiva que posee la crítica.
Frente a esto y al estar la humanidad en un proceso evolutivo, donde se están abriendo las puertas de la consciencia con gran celeridad, es vital que tomemos cartas en el asunto y comencemos a observarnos o más bien preguntarnos, ¿cuál es la razón del porqué estoy viendo al otro como un aparte, como un distinto? Si bien es cierto que somos todos distintos, más en la profundidad esta raza – ya sea de cualquier color, formación o esquema en que haya nacido – es parte de una unidad, somos todos humanos, más allá de la división de la que hemos sido objeto, como una forma de dominación.
Como ser humano, sea humano conectado con su divinidad, sea amoroso y caritativo, deje de sentirse distinto a otro y únase a la fuente suprema que le permite crecer y desarrollarse armónicamente, evitando las confrontaciones a través de sentirse superior o tan distinto al otro.
En resumen, usted no es distinto a otro ser humano, usted es tan humano como el otro y respete esa condición, para que podamos en definitiva lograr la tan anhelada paz de este planeta desde la frecuencia pura del amor.
Hagamos el amor y no la guerra.
PAOLA RIOSECO PRADO
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