Cuando se me aprieta la garganta

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    Caminando por la calle, cercana al sector donde vivo, pude apreciar algo que durante largo tiempo no había detectado, venía escuchando una música casi celestial y de pronto siento la sensación de expansión o de estar en un lugar mágico, comienzo a observar el entorno y veo la magnificencia que ofrece, con sus edificios antiguos y nuevos, con sus árboles cuyas hojas danzan al compás de la vida, con unas cotorras que se alojan en la palmera frente a mi ventana.

    Entonces se me hace un nudo en la garganta  y comienzo a llorar de emoción, una emoción que ha estado contenida en el tiempo y en el espacio, cuya detención se ha debido a la serie de obligaciones establecidas por un sistema, en el cual estamos rendidos a las necesidades subyacentes de un sobrevivir mediano, desde donde emerge la imperiosa obligación de trabajar y trabajar hasta rompernos los pulmones y riñones, con tal de poder sustentar el alimento y el espacio que cobija nuestra alma y nuestro cuerpo.

    Y es así que nos hemos olvidado de lo más importante, aquel acto relevante de poder detenerse un instante y apreciar nuestro paso por la vereda, donde habita y aloja aquel vecino que camina con sus audífonos y que está inmerso en un dialogo con su propia música, aquella que emana de sus parlantes externos.

    Pararnos a observar al otro y sentirlo parte de uno ha quedado olvidado en alguna parte de nuestra historia, hoy todos vivimos inmersos en la individualidad y en la sobrevivencia. Luchamos en la cotidianidad con tal de seguir esta loca quimera de correr y correr, sin darnos el espacio ni el tiempo para abrir nuestros ojos, nuestro corazón y nuestra consciencia a fin de captar la esencia de la vida.

    Cual sea el lugar que habitemos, en el lujo o en la miseria, en espacios de abundancia o escasez, todo es parte de nuestra vida, existe una razón del por qué estamos habitando este planeta; podríamos elucubrar que lo hemos destruido y quizás sea cierto que las diferencias son injustas, que las divisiones son parte de las creencias y miles de conceptos que pueden justificar nuestra forma de vida. Lo cierto es que estamos llegando a una era donde el corazón comienza a manifestar la profunda necesidad de comprensión y apertura, donde da lo mismo ser de una manera u otra, donde gradualmente las divisiones se convertirán en unidades y aunque puede sonar utópico, es algo que ya se está manifestando, mas allá de lo que nos cuentan como historias de violencia.

    El ser humano ya no cree en la guerra, porque se está comenzando a acondicionar para la paz, porque su corazón quiere paz, porque su espíritu grita paz y porque ya es momento de que se nos apriete la garganta de emoción por el solo hecho de respirar, estar vivos y sentir esa tranquilidad.

    En esta vida tienes la elección de sufrir o ser feliz, de darte el permiso de disfrutar aquello que experimentas o quedarte pegado en el sufrimiento y el dolor como alimento cotidiano. Hoy, todos sabemos que disponemos de un libre albedrío que es intocable e intocado, que nos permite optar por aquello que cada uno elija, desde la libertad de su corazón y en eso se puede elegir el apriete de garganta de emoción o de frustración.

    Aprendamos a conectarnos desde la simpleza con la vida y apreciar aquello que esta nos ofrece con una mirada constructiva. Lo demás, es adicción al sufrimiento.

    Paola Rioseco

    PAOLA RIOSECO PRADO

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