El amor, con el tiempo se ha transformado en solo un recipiente que sustenta su capacidad de llenar necesidades. Se ha ido generando una formula casi automática, en la que se ofrece un tanto con tal de recibir otro tanto.
Eso hacen los contratos matrimoniales, donde se pone la firma para sellar un convenio casi comercial, cubriendo aquello con la sensación profunda de seguridad de ambos. En aquel contrato se estipula claramente que el uno tiene que pertenecer al otro en todos los momentos de vida, ya sea en la alegría o el dolor, en la fortuna y en la desgracia, dejando amarrado cualquier intento de cambio, pues ya quedo establecido que se manifiesta una dependencia casi obsesiva del uno por el otro, perdiendo casi por completo la posibilidad de vivir la propia individualidad.
Así como eso, hay tantas otras manifestaciones que se supone son de amor. Un ejemplo vivo, son los padres que obligan a sus hijos a amarlos incondicionalmente y sentirse obligados a hacerlo pase lo que pase, sean estos como sean, si son nobles o barbaros. Tan solo por el hecho de sustentar un vínculo sanguíneo, se estipula una fuerte responsabilidad sobre ellos, lo mismo ocurre a la inversa, sin permitir experimentar la naturalidad o pureza de aquel maravilloso sentimiento.
Todo lo anterior, es producto de que no se observa el amor como fuente universal de conexión. Se ha generado el concepto de que, para amar, el o la otra tienen que sentir exactamente lo mismo, basando la realidad en expectativas que dejan de ser reales cuando la realidad se plantea al crudo, es decir, cuando cada uno muestra su verdadera crianza, no su naturaleza, pues la naturaleza humana real, busca la unificación en un sentir puro y sano, y aquellas expectativas al no cumplirse generan dolor o quiebres importantes.
En el formateo de lo que significa el verdadero y profundo sentir, se ha deteriorado la esencia real del significado del amor. El amor une, armoniza, empatiza, comprende, suaviza cualquier aspereza, pone los limites desde la honestidad y la simpleza de la inocencia.
Los pequeños cuando discuten, les dura menos de un momento su enojo y se vuelven a acercar como si nada hubiera ocurrido, el adulto queda sentido o resentido por un largo tiempo, antes de conciliar consigo mismo y con el otro.
Cuando existe verdadero amor lejos de las necesidades, los seres humanos susurran en sus momentos de compartir, sin embargo, cuando se alejan, gritan porque sus corazones así lo hicieron.
Para amar a otros, es esencial primero aprender a amarse a sí mismo, de lo contrario estaremos ofreciendo algo que no conocemos. A no ser que ambos permitan conocerse y aceptarse el uno al otro, vacíos de necesidades y expectativas, aceptándose mutuamente en sus acciones y reacciones y entregándose el espacio para vivir sus propias realidades en forma independiente, para después compartirlas con madurez y sabiduría.
El amor es un maravilloso descubrimiento del sí mismo desde la consciencia propia primero, a fin de lograr ser parte de la consciencia universal.
PAOLA RIOSECO PRADO
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